Lecciones de liderazgo en el Camino:
- Todos somos iguales, somos peregrinos.
- El camino es la meta, no el objetivo.
- “Lo que no dejas ir, lo cargas. Lo que cargas, te pesa. Y lo que te pesa, te acaba hundiendo”.
- Mirar hacia atrás puede que ayude.
- Es cuestión de austeridad.
- La humildad está en los pies.
- Coincidir con gente que te enseñe a mirar con otros ojos.
- Donde se cruza el camino del viento y el de las estrellas.
- Sin vino, no hay camino.
- Ver la belleza en lo que hay.
A los 40 años decidí que quería hacer algo diferente, vivir una experiencia distinta, sin expectativas. Me propuse hacer el Camino de Santiago. Dicho y hecho: durante 5 años recorrí sus casi 800 km, en diferentes tramos, desde Roncesvalles hasta la Costa da Morte (Muxía y Fisterra), el recorrido conocido como el epílogo hasta el fin del mundo. El viaje fue un sendero de vida en el que he experimentado vivencias muy personales, que me han hecho cuestionar muchas cosas y me ha permitido discernir qué clase de héroe o heroína somos cada uno. De cada aprendizaje, anoté ideas que encajan con muchos de los valores a desarrollar en el liderazgo. Un año después, me hace ilusión compartirlas con vosotros.
Todos somos iguales, somos peregrinos.
Una compañera de viaje y cooperante de Médicos Sin Fronteras me dijo que el Camino le recordaba a su experiencia vivida en África: “Todos tenemos hambre y estamos cansados, pero seguimos andando con nuestra mochila a cuestas, sin dejar vislumbrar cuál es nuestro ego”. Lo que quería decirme es que en el Camino todos somos iguales. Lo cierto es que, durante el Camino, compartí experiencias con gente muy diversa en muchos sentidos y me di cuenta de cuántas etiquetas creamos al conocer a alguien: clase social, nivel cultural, vestimenta, profesión… En cada tramo recorrido en el Camino, la categoría única existente es la de peregrino, basada en el respeto por la motivación que mueve a cada uno. Lo importante es la persona, no quién eres o qué haces. Y así debería ser en la vida y en las organizaciones, así es el liderazgo: ser capaz de diferenciar la persona de todo lo demás.
El camino es la meta, no el objetivo.
Empecé desde Roncesvalles en mala forma física: de no haber entrenado en años, a andar 25 km seguidos cada día. Y seguí, otro día más, y otro. Mi objetivo no era completar el tramo, llegar a tiempo o batir un record, mi única meta era disfrutar de la experiencia y mantenerme conectada a cada percepción que se me presentaba. Lo mismo ocurre en el liderazgo, en el que lo importante no es lo que consigues, si no lo que aprendes durante el proceso, cómo lo transformas y de qué manera lo aplicas. Si focalizas toda tu atención en llegar a un objetivo, puedes dejar pasar de largo grandes oportunidades.
“Lo que no dejas ir, lo cargas. Lo que cargas, te pesa. Y lo que te pesa, te acaba hundiendo”.
Esta frase la leí durante el Camino, en lo alto de la etapa de la Sierra del Perdón y me hizo reflexionar sobre ello. Tenemos muchas cosas que igual no necesitamos y que no nos permiten seguir adelante y crecer. Si no sueltas, no puedes coger nada nuevo. ¿Qué tengo que perdonar para poder avanzar? ¿Qué peso no me hace falta llevar conmigo? En el Camino hay muchas mochilas, existe una visible y física, pero miles mentales e invisibles. Las personas y las organizaciones también tienen mochilas. Es importante saber identificarlas y soltarlas a tiempo.
Mirar hacia atrás puede que ayude.
Llegar a la cima y echar el ojo hacia atrás, no hacia adelante. ¿Por qué? Para ver lo que has conseguido, para reconocerte lo transitado. Al principio vemos el reto de lo que tenemos que hacer, pero cuando llegamos, es momento para el reconocimiento. Dar la vuelta y saborear ese momento de gloria o ser conscientes del desafío conseguido es importante para coger fuerzas. En todos los ámbitos. Debemos valorar y saber ser agradecidos con lo que nos ha llevado hasta allí.
Es cuestión de austeridad
La primera vez que dormí en un albergue me dijeron: Su cama es la número 39. Es un tema de austeridad: aprendes a adaptarte con lo que te encuentras, sin comodidades más allá de un colchón y un espacio compartido con desconocidos. Nos cuesta mucho abandonar la zona de confort, pero cuantas conversaciones, experiencias y silencios me hubiese perdido si no hubiese renunciado a mi propia comodidad en este viaje. Supe sentirme parte de una comunidad y me resultó una experiencia muy interesante. Las personas han de saber adaptarse al cambio y eso empieza por algo tan sencillo como aceptar y disfrutar de lo elemental. Apreciar lo afortunados que somos con las comodidades que tenemos cercanas y sentirnos cómodos con lo que hay, sin más pretensiones.
La humildad está en los pies.
Me confieso espiritual, pero no católica practicante. Aun así, uno de los momentos más emotivos que viví tuvo que ver con una práctica litúrgica. Una noche dormí en una Iglesia. Cuando llegué, estaban celebrando la Ceremonia del Peregrino que acababa con el ritual del lavatorio, el cual desconocía. Escuché agotada la pregunta: ¿Usted, a quién le lavaría los pies hoy? Se me acercó un señor con una palangana y me eligió a mí. Los pies del peregrino sufren mucho durante el viaje y este gesto, el de contribuir al bienestar de un desconocido, me pareció muy generoso. La humildad es un valor clave del liderazgo, significa ponerte al servicio de algo, renunciar a la soberbia, saber escuchar y reconocer y no apoyarse en ningún rango para ejercer la autoridad.
Coincidir con gente que te enseñe a mirar con otros ojos.
La autenticidad. Compartir momentos con gente muy diferente, personas con las que seguramente nunca hubieras tenido oportunidad de conversar, te permite conocer otras realidades, distintas maneras de ver el mundo. Desde una malabarista francesa haciendo el Camino en burro con dos perros a otros compañeros de viaje de orígenes muy diversos. Es una experiencia global. ¡Hablé más inglés que español o catalán! Mirar desde otra perspectiva hace que cambies tu propia mirada. Y es algo enriquecedor e imprescindible, porque sin diversidad, perdemos de vista a la sociedad que nos rodea.
Donde se cruza el camino del viento y el de las estrellas.
El Camino te lleva por muchos momentos de encrucijada. Te pierdes y no sabes seguir. Hay un punto en el que te indican que, justo allí, se cruzan el camino del viento y el de las estrellas. Para mí, el primero simboliza tu parte más lógica: el viento te lleva, te marca la dirección. Las estrellas, en cambio, representan tu parte más creativa. Al pasar por este punto pensé que el lugar en el que nos tenemos que ubicar siempre es en esta misma encrucijada. El liderazgo debe saber fijar un rumbo y para ello también debe ser intuitivo.
Sin vino, no hay camino.
Durante el viaje conoces a muchas personas y acabas entablando una relación con algunas de ellas, aunque no siempre andes al mismo ritmo. Cuando llegas al final de cada etapa, sin querer, estás pendiente de si todos han llegado bien. Acabas cuidando de otros peregrinos y ellos de ti y creas tu pequeña familia. Un año, con el grupo que formamos, acabábamos brindando el final de cada día con una copa de vino. ¡Sin vino no hay camino! Y así nos explicábamos nuestras aventuras y anécdotas. No importa cuántas personas conocí, aprecié y compartí, ni tan sólo cuáles fueron sus nombres o historias: a todos los que tocaron mi corazón, les agradeceré siempre lo que me aportaron. Lo mismo pasa en el liderazgo, lo importante no es lo que haces, sino el impacto que ejerces en los demás.
Ver la belleza en lo que hay.
A lo largo del camino, abres más la mente, eres más sensible a nuevas percepciones, aprendes a ser distinto: evolucionas. Te llenas de energía y consigues andar más kilómetros con menos barreras mentales. Te motivas, te empapas de tu propia experiencia y de la de los demás. Y cuando acabas, ya no eres la misma persona: has cambiado. En las pequeñas cosas, en cada detalle, está la verdad. Eso te hace ver la belleza en lo que hay. Es la aceptación.
Llenaría folios con ideas y aprendizajes. El Camino, para mí, fue una experiencia muy provechosa. Me preparó para la vida, pero también para la muerte y, en definitiva, para la transformación. ¡Os lo recomiendo!
Un abrazo,
Isabel Nogueroles